La palabra es...

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miércoles, 7 de julio de 2010

El último recuerdo

El repiqueteo de la lluvia en la ventana llenaba sus oídos con un sonido que le hinchaba el corazón. El bip-bip de la máquina contrastaba totalmente con aquel sentimiento, haciendo que le temblaran las rodillas y le sudaran las manos. Cerró los ojos e imaginó. Dejó que su padre la ayudara a bajar del auto, sintió el pasto en las plantas de los pies cuando se quitó los zapatos y los calcetines de encaje que usaba todo el tiempo, olió cada una de las flores del claro y disfrutó el aire que jugueteaba con sus cabellos, haciéndola sentir que volaba.

Había escrito la escena miles de veces, pero de maneras diferentes. En un poema, en una novela, incluso había podido hacer uso de ella para un trabajo escolar. Esa escena de su vida, ésa en especial, jamás la olvidaría. Moriría, se iría, tal vez su alma no llegaría a ningún lugar, pero aquella escena la guardaría en su memoria por siempre. Pensaría en ella cuando la máquina dejara de mantenerla con vida. Recordaría las arrugas que se formaban bajo los ojos de su padre al sonreírle, y la risa de su madre cuando Nora cayó al arroyo y se mojó todo el vestido.

Al llegar a casa, su padre se sentó en el piano y comenzó a tocar una pieza de las suyas. Nora disfrutaba mirando sus dedos deslizarse sobre las teclas con una delicadeza hermosa, haciendo que las notas se elevaran por encima de su cabeza y llenaran la habitación con el mejor sonido que ella había escuchado jamás. Vio a su madre preparar las galletas, pudo olerlas al salir del horno y disfrutarlas cuando tocaron su paladar. Observó el amor que se tenían ambos, casi sintió el calor en su piel cuando la abrazaron, recorrió cada una de sus facciones, prometiéndose que jamás, bajo ninguna circunstancia, los olvidaría. Se dijo que nadie había tenido nunca una familia como la suya y se sentía afortunada por pertenecer a ella.

Dos días después murieron. La dejaron sola y ni siquiera había sido su decisión. Ellos la amaban y Nora se sentía culpable porque no había estado ahí para despedirse de ellos, aunque si hubiese estado, habría muerto ella también dentro de la lata aplastada en que se había convertido el auto después del choque. Desde entonces Nora no dejó de visitar el claro ni un sólo día, permitiendo que los rayos de Sol le recordaran la calidez que había sentido unos años atrás, no dejó de oler las flores ni de mojarse en el arroyo. Todos los días deseaba que su padre pudiera sonreírle y su madre estuviera riendo de su vestido mojado y los rizos alborotados por el viento. No dejó de escuchar la misma melodía que su padre tocó en el piano esa noche, ni dejó de cocinar las galletas que su madre había hecho para ella.

Habían pasado casi cuarenta años desde entonces, pero Nora seguía teniendo frescos todos los recuerdos y las sensaciones. Escribió la escena por última vez en una libreta que le había prestado la enfermera, cerró los ojos de nuevo y esperó a que apagaran la máquina. Entonces sintió cómo se le iba la vida entre los dedos. Visualizó a sus padres, el claro, las flores y escuchó la música mientras dejaba de existir. La vida se pierde, incluso el tiempo se pierde, pero las memorias permanecen para siempre.


3 comentarios:

J. Andrés H. dijo...

Las memorias... acaso unidades de medición propias de la eternidad? nos sobró espacio y harto tiempo en este relato... y Nora se escapó de los dedos del destino. Cruelmente delicioso.

Con respecto a la forma creo que por puntuación hay algo ke kambiar por ahí y, kreo, cuando pones "ni" no se pone coma si se okupa una vez, es decir, para separar dos elementos, pero si son más entonces sí se pone la coma... Me gustó. Saludos.

Un tipo dijo...

Me agradó.
No sabría qué decir exactamente sobre las memorias en relación al tiempo y la vida. Pero me gusta la narrativa.


Saludos :)

Michell Giovanni Parra Al dijo...

Con esto entendemos que la memoria al ser permanente se inmortaliza, y así, trasciende por siempre.
Buen texto doña Betza:)!