La palabra es...

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domingo, 27 de junio de 2010

La decisión



Mira. El cielo se oscurece, como advirtiendo que va por ti. Hace ruidos extraños, se enrosca, avanza peligrosamente rápido hasta donde estás tú. Las nubes son como un ejército mortal, tratando de absorber tu cuerpo con la misma facilidad de un tornado. Todo lo que hay sobre tu cabeza se asemeja a un agujero negro, tragando lo que encuentra a su paso, incluyéndote a ti.

Corre. Las hojas de los árboles caen y se arremolinan a tus pies, creando una trampa difícil de esquivar que en cualquier momento te hará caer y entonces el cielo hará lo que quiera contigo. Las ramas te retrasan, te toman por la ropa, no quieren que te vayas. La tierra frente a ti se agrieta, amenaza con tragarte en cualquier momento y el pasto crece para enredarse en tus tobillos y así atraerte al suelo que sigue abriéndose, esperándote.

El cielo y la tierra libran una batalla por ti.

Elige. No hay otra opción. Detrás de ti las nubes parecen alcanzarte, rodearte, absorberte. Delante, la tierra espera un solo tropiezo para apoderarse de tu cuerpo. Es tiempo de decidir, pero ¿por qué? Eres tú. Ni el cielo ni la tierra tienen poder sobre ti. Nada lo tiene.

Huye. Encuentras un sendero que aparece de la nada y lo tomas. Al cielo se le dificulta alborotar tu camino y las grietas de la tierra son cada vez más estrechas, haciendo fácil la tarea de esquivarlas. Mientras más corres, más te alejas de la fatalidad. Decidiste no seguir ninguno de los dos caminos y creaste el tuyo.

Despierta. Todo ha terminado.

miércoles, 23 de junio de 2010

Muere mi monstruo

tormenta

Me expando sobre los campos y las calles vacías, estoy tan sola. Me siento tan sola. Y estoy cansada de esperar.


Quiero tirarme,
volcarme,
regarme …

sobre los pies de las personas,
en sus oídos y en sus ojos.


Deshacerme.


Ya nada tiene sentido. Así que emprendo el viaje.


Veo el panorama que se alza sobre mí. Debo abarcarlo. Debo poseerlo. Así que comienzo tragándome las nubes, siento algodones en el pecho. Y lloro. Mis lágrimas torrenciales matan los cultivos. Desde abajo a un niño se le ocurre mirarme, mala idea, sus pupilas reflejan mi cuerpo y se estremece.


“¡El cielo tiene un monstruo!”, dice a su madre.


¡Ja!, monstruo. Ahora soy eso. Y me enfurece. Quiero tragarme todo. Ya me comí las nubes, quiero tragarme el aire. Abro la boca como la ballena de Jonás. Las corrientes se atiborran en mi interior.

Me asfixio,
me inflo,
exploto.


Mis restos yacen en el camino


.
.
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Abro los ojos. Sólo escucho la voz de ese niño…


“Por fin se acabó la fatalidad”.

lunes, 21 de junio de 2010

Los cantos de una predilección fatal


Sentimiento somnoliento
¡Abre los ojos! La bruja de los sueños ya se fue, se llevó la embriagada caricia que escondía debajo de mi corazón. Mis párpados se han cerrado por la cobardía de mi desnudo sentimiento somnoliento que dilata mi pronunciado letargo de amor, provechoso para que me olvides; sospecho que voy a llorar, sin embargo, la cigarra me calma con un canto de sutil melodía, sosegado espero la carroña de aquel que come de tus carnosos labios. Los restos de tus suspiros humedecen los deseos imprudentes de pasión. ¡Ya no está! Y cuando prometió volver el putrefacto olor a mentira hizo acto de presencia, intuyo que en su maleta no se llevó mi suplicio, eso fue lo único que me dejó. La margarita de su pecho

Ya terminé de deshojar la margarita de su pecho, ese último pétalo que cayó permitió que dijera que me quiere, fue el desplome de sus pétalos la forma más hermosa de morir en su pecho lleno de caricias vacías. Una gran pesadumbre abastece las ansias de que florezca la margarita de su pecho para así hurtar la corola de las entrañas de su pérfida ofrenda. La lluvia no toca sus presurosas ansias de irse a revolcar en el viento que rompe en sus mejillas la sonrisa que malogra el más noble sentir. La combinación entre pasión y dolor adormecen los olores de los brotes de su tersa piel. Apocado deambulo al miedo que suscita mi devenir fatal que ha tocado la esencia de mis cantos que han armonizado la dicha de aquel último pétalo en que dejó escrito que me apetece.

Imprudente verdad


Temo decirte que la pujanza de mi corazón depende de las cadenas de tu pasión, deliro por una caricia, ofusco al olvido y me condeno adorarte sin objeción. Te doy libre albedrío sobre mi savia y te convierto en la titiritera de mi corazón. Emprenderé un viaje al pasado para pintar en mi recuerdo tu rostro, dispongo a mis luceros a no perderte en el alojo de mi afecto. Soy tu olvido y tu pasión, sólo no te quedes con las ganas de abrazar al otoño que exfolia el augurio de nuestro frenesí.

El canto del mudo


Me he quedado mudo, mi doncella ha extirpado mis aullidos pasionales, vivo en el estridente silencio del odio. Rosas blancas caen del cielo y me recuerdan que sólo escupo saliva que balbucea la amnesia fatal del gorrión que canta entre la ventisca. Sorprendo escuchando al sordo mis secretos y al ciego mirándote desnuda, caigo en reflexión de tu calumnia y canto con el sigilo más ruidoso, armonizo la penumbra y alumbro el callejón del olvido. Buscando tu vileza caliento al sol y humedezco a la lluvia, concibo tu desprecio y procuro decirte palabras silenciosas. Disimulo mi desconsuelo en turbulentas sonrisas de calamidad. Escudriño en los restos del cadáver de nuestra afición y comprendo que es tiempo de emprender un estado taciturno.
Odalisca

¡Sufre Odalisca! Ya no des a mamar tu sensual caminar, deja de exponer tu desnudo torso que desenfrena el instinto carnal, suplica por el alimento de tu desnutrido cuerpo, deforma tu cabello y formula la más calmada apelación de muerte. Coge los latigazos del acalófilo que se baña de tu mundano contoneo. ¡Ten miedo, Odalisca! El porvenir que habías formulado se ha caído por los besos que te han robado, ya no bailes tu destino que has quedado desabrigada. ¡Oh Odalisca! Te quedaste sola y en el más putrefacto destino.

La huida de las musas


Este es el vigésimo séptimo poema que te escribo, pero este ya no tiene el calor de mis musas que se fueron a esconder en el llanto del mar, ya es absurdo pensar en tus latidos, desconozco por qué ya no puedo rubricar que provocas un eclipse a mi corazón. Mi numen se ha puesto a lamentar la partida de la inspiración que te hacia suspirar; tirita de frio la pluma con que componía alegres coplas de tus besos y he perdido el mazo con que esculpía un monumento a tus labios que deseo. Me he quedado sin musas, he caído en lo más hondo de la desesperación que posterga la perdida de tu delirante jadeo.

Promesas de otoño


Ya se marchitó el indicio primaveral de tu afición, el viento corre y se ha llevado las hojas que caen de mis llorosos ojos. El cálido saludo del sol sonroja tus mejillas y alienta a que borres las huellas que te guían de regreso a mis brazos que se han endurecido por tanto esperar palpar tus finas manos. Resguardo mis ojos para no disparar miradas destellantes de pasión, paralizo mis manos en el aire para no tocar almas ajenas a la tuya y entorpezco mis pasos para que no se alejen mucho de tus pisadas, trago mi orgullo esperando al otoño que prometió arrastrar la maleza fatal del desamor.